Cuando ser nini no significa no tener ganas de estudiar ni de trabajar.

Actualmente, en nuestro país, existen miles de casos con este perfil. Jóvenes de entre 18 y 25 años que ya han terminado de estudiar y que no tienen una oportunidad laboral a la vista. Y que sin experiencia no hay posibilidad de acceder a un primer empleo. Pero tampoco existe ese primer empleo. Y en bucle.

De ahí que 1 de cada 4 jóvenes se vean obligados a aceptar los conocidos «minijobs«. Mini por las horas (máximo 15 horas semanales), los sueldos (400 € aproximadamente, lo que no llega al SMI), y las condiciones, ya que no cuentan con seguro social.

Los trabajos son como repartidores, limpiadores, camareros, cuidadores de niños o ancianos…

Pero la aceptación de estos precarios puestos de trabajo es fruto de la desesperación por tener un trabajo y unos ingresos, aunque no den apenas para vivir. Por ello, desde el gobierno rechazan su implantación en la Reforma Laboral, y, por otra parte, proponen como alternativas a éstos los contratos formativos y los contratos en prácticas, mediante los cuales los jóvenes se puedan seguir formando a la vez que acumulen experiencia en sus CV. Por otra parte, este tipo de contratos formativos tienen un límite de edad y unas horas de trabajo reguladas, al contrario que los minijobs.

Esto explica mucho del alarmante dato: un joven español puede tardar 6 años en encontrar un trabajo fijo, frente a los 2 años que le cuesta de media a un joven danés. Lo que a la larga puede provocar que los conocimientos adquiridos por estos jóvenes durante sus estudios se vuelvan obsoletos, o simplemente terminen convirtiéndose en adultos con desempleo de larga duración, mermando así sus oportunidades profesionales. Algo que no se queda en el aspecto profesional, ya que tampoco existe posibilidad de independizarse ni de emprender otro tipo de actividades.

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